Rubén Ramos

Jesús se encontraba en Jerusalén. Probablemente el evento ocurrió durante la Fiesta de Dedicación. La ciudad estaba invadida por peregrinos de lejos y de cerca. Sacerdotes y levitas, fariseos y saduceos, rabinos y doctores de la ley, gente común y curiosos se apretujaban por las estrechas calles de la ciudad de David. Había mucho para ver: el Templo, los muros, los grandes pórticos de la ciudad y otras atracciones turísticas. ¡Y había tanto para escuchar! Predicadores callejeros exponiendo sobre la ley, fariseos discutiendo la herencia judía, celotes murmurando aquí y allá sobre cuál sería el momento más oportuno para expulsar a los romanos. Había mucho que hacer: Adorar en el Templo, expresar un deseo delante de alguna de las grandes piedras milenarias de la ciudad, o simplemente sentarse bajo la sombra de un árbol y observar la muchedumbre pasar.

Jerusalén tenía muchísimo que ofrecer a los miles de visitantes durante esta época festiva. Pero Jesús no era un visitante común. Sus ojos y oídos, su mente y su corazón no eran los de un turista atraído por el brillo y el encanto de la ciudad. Jesús era una persona que se interesaba por la gente. Mientras venía caminando “vio a un ciego de nacimiento”. Con esa única frase, el escritor evangélico ubica a Jesús separado del resto de la multitud.

Imagínate que estuvieras visitando la ciudad de Washington. ¿Qué irías a ver? La Casa Blanca, el mausoleo de Lincoln, el monumento a Washington, el Museo Smithsoniano, y un poco más al Norte, la sede de la Asociación General. Y si tuvieras la oportunidad de ver a alguien, probablemente el presidente de Estados Unidos sería esa persona. ¡No habría de ser alguno de los desposeídos del Circuito Dupont, con toda seguridad!

Generalmente miramos lo que es importante para nosotros. Nuestro foco de atención es determinado por lo que está en nuestros corazones. Jesús vino a este mundo a revelar la pasión de Dios por los despojos de la humanidad. El vino a salvar al perdido, sanar al enfermo, a dar vista a los ciegos, a levantar al muerto. Nada era más importante para él que dar ánimo al quebrantado de corazón, libertad a los cautivos, proclamar el año del favor del Señor. Haciendo así, Jesús estaba dispuesto a privarse de descanso, comida, agua, y finalmente, de su propia vida. Es por ello que, cuando la ciudad entera estaba ocupada y preocupada por muchas otras cosas, Jesús vio al ciego y acudió en su rescate.

De manera que ¿cuál es el significado de mirar con los ojos de Jesús?

 


Consideremos los siguientes
cuatro puntos:

Visión compasiva

Ver con los ojos de Jesús significa mirar con compasión. Todas las cosas que Cristo hizo fueron condicionadas por su amor infinito y su compasión. Necesitamos ser sensibles y tiernos con los menos afortunados así como lo fue él. Necesitamos sentir lo que él sintió. Necesitamos poseer un corazón delicado que pueda alcanzar al doliente. Jesús se identificó completamente con los padecimientos y necesidades del ciego. Cuando su compasión encendió una respuesta de fe, los ojos del hombre ciego fueron abiertos. Por primera vez en su vida vio el brillo del sol, la belleza de la naturaleza, y al Señor de la sanidad. La gratitud llenó su corazón y lo impulsó a prorrumpir en alabanza proclamando lo que Jesús había hecho por él. No sintió temor de dar gloria a Dios.

Visión sin obstrucción

Ver a otros a través de los ojos de Jesucristo significa descartar cualquier cosa que obstruya una clara visión. Cuando Jesús vio al ciego, vio a una persona en gran necesidad, y advirtió la oportunidad de revelar el poder de Dios. Pero los discípulos vieron un problema teológico. “Maestro, quién pecó, este hombre o sus padres?”, preguntaron (Juan 9:2). Con frecuencia, los cristianos permiten que la teología y la doctrina interfieran al observar a las personas por lo que son y por lo que necesitan. Más aún, la teología y la doctrina se centran en quién es Dios y lo que él desea que hagamos por los demás. Toda vez que la teología pierde ese enfoque, se vuelve un impedimento y una herramienta de Satanás para disminuir nuestra visión y destruir nuestra misión.

Visión basada en la revelación divina

Para mirar como Jesús lo hizo, debemos aceptar la visión reveladora que Dios provee. Observemos a los vecinos del hombre ciego. Ellos sabían que era ciego desde su nacimiento. Ahora escucharon el testimonio del hombre diciendo que Dios lo había sanado. Dios se encontró con él personalmente y le dio la vista. Ese hombre era una prueba viviente del poder de Dios. Pero los vecinos no estaban preparados para aceptar la revelación divina. Incluso llegaron a dudar si este era el mismo ciego que se sentaba en la vecindad a mendigar todos los días. Buscaron la opinión de los fariseos. Prefirieron el juicio de otros en lugar de la revelación de Dios.

Los fariseos tenían sus propias “cataratas”. Cuando descubrieron que el sanamiento ocurrió en sábado, no lo pudieron admitir. Determinaron que quien sanó en sábado había quebrantado el sábado y por lo tanto no provenía de Dios (Juan 9:16). La mirada de los fariseos estaba tan disminuida por las interpretaciones legalistas sobre el sábado que no pudieron ver al Señor del sábado. Para ellos Jesús apareció, no como la más acabada revelación divina, sino como un hombre que no guardaba el sábado. Para ver cómo Jesús lo hizo es preciso ir más allá de los rudimentos externos de la Ley y asir la dimensión interior que hace de la Ley el trasunto del carácter de Dios.

Irónicamente, la visión de los fariseos era en verdad la peor de las cegueras. Elena White explica por qué: “Los fariseos se creían demasiado sabios para necesitar instrucción, demasiado justos para necesitar salvación, demasiado altamente honrados para necesitar la honra que proviene de Cristo...Se aferraban a las formas muertas, y se apartaban de la verdad viva y del poder de Dios”.* Mientras se rechaza la revelación divina no puede ayudarnos a ver como Jesús lo hizo.

Cierta vez un hermano vino a verme. Estaba muy preocupado porque en la iglesia no estábamos adorando correctamente. Le pedí que se explicara, y me enumeró una lista de cosas que estábamos haciendo mal. No nos estábamos arrodillando en cada oración. No cantábamos la doxología del Himnario adventista. Y otras cosas más. Obviamente, nuestro hermano había identificado el culto con las tradiciones y prácticas. El punto principal es el culto: llegar delante de Dios para alabar su nombre, ofrecer nuestras plegarias ante él y escuchar su Palabra. La forma en que lo hacemos puede diferir, pero para ver el culto como Jesús lo vería debemos aceptar el culto como una avenida de alabanza y glorificación de Dios.

Si una tradición o una regla humana no nos ayudan a sentir la pasión de Dios y nos impiden ver como Cristo ve, debemos rechazarlas. Si no, nos cegará como lo hizo con los fariseos. Se volvieron tan ciegos que no pudieron comprender ni siquiera la expresión lógica básica que emanaba de la clara explicación ofrecida por el mismo ciego. “Una cosa yo sé —dijo— que yo era ciego y ahora veo” (Juan 9:25).

Visión de valentía

Ver como Jesús lo hizo es mirar con valentía. Veamos la reacción de los padres del ciego. Ellos deberían haberse alegrado. Su hijo podía ver ahora. No necesitaba seguir siendo un mendigo. Podía trabajar y mantenerse a sí mismo. La gente tenía sus dudas, los fariseos tenían su teología, pero los padres no tenían por qué dudar de que su hijo se había transformado en una nueva persona. Sin embargo, ellos todavía no podían ver como Jesús. La visión de Jesús era una visión de valentía. El vio un hombre en necesidad y lo sanó en día sábado sin sentir temor de los fariseos. Haciendo bien, dando vista al ciego, no hay lugar para la cobardía. Pero los padres fueron temerosos y dijeron: “Pregúntale a él, él es suficientemente grande como para contestar por sí mismo” (Juan 9:21). Prefirieron la aceptación de los demás por encima de la divina. Una persona que teme ser rechazada por los demás sólo por decir la verdad no puede ver como Jesús. Tarde o temprano, la cubrirán las tinieblas.


La mayor necesidad

Consecuentemente, nuestra mayor necesidad es mirar como Jesús ve. Como creyentes, como estudiantes o profesionales, debemos anhelar de veras ver como Jesús. Hay momentos cuando no sabemos qué hacer, qué decir, qué dirección tomar, pero es reconfortante saber que Cristo está dispuesto a irrumpir en nuestra confusión y oscuridad para alumbrar nuestros corazones. El Espíritu Santo está listo a poner colirio en nuestros ojos para permitirnos ver adecuadamente.
¡Jesús es el más grande oculista que jamás haya existido! El tiene la prescripción correcta para corregir nuestra visión. En él, todo es ciento por ciento. Y está dispuesto a restaurar nuestra visión para permitirnos ver como él ve.

 

 

 
       
   
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12/22/2024
6:44 pm

 

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