Esta carta fue dirigida a las iglesias de Galacia. No se sabe si estas ,iglesias estaban en el norte de Galacia, en ciudades como Tavion, Pesino y Ancira (Angora), o en el sur, en Antioquía, Iconio, Listra, Derbe y otras ciudades (ver mapa frente a p. 33). A la primera opinión se le da el nombre de teoría de la Galacia del norte; y a la segunda, teoría de la Galacia del sur. El tema de estas dos teorías se trata detenidamente en las dos Notas Adicionales de Hech. 16. El nombre Galacia se debe a las tribus de galos que invadieron el Asia Menor alrededor del año 278 a. C. y se establecieron en la parte norte de lo que en el 25 a. C. se transformó en la provincia romana de Galacia.
2. Autor.
La paternidad literaria paulina de esta epístola no ha sido puesta en duda seriamente. La evidencia interna de la epístola es convincente, y concuerda en forma completa con el carácter de Pablo como es descrito en los Hechos y en otras cartas atribuidas a él. Los escritores cristianos posteriores a los apóstoles conocían la epístola, y consideraban que provenía de la mano de Pablo. Aparece en las listas más antiguas de libros del NT.
3. Marco histórico.
Pablo y Bernabé fundaron en su primer viaje las iglesias de Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (ver Hech. 13:14 a 14:23), alrededor de los años 45-47 d. C. Después de volver a Antioquía fueron enviados a Jerusalén con la pregunta de si se debía imponer a los gentiles convertidos al cristianismo la práctica de los ritos y las ceremonias del judaísmo (ver Hech. 15). El Concilio de Jerusalén, celebrado alrededor del año 49 d. C., se pronunció en contra de imponer dichos ritos y ceremonias a los que no eran judíos. Pablo comenzó su segundo viaje misionero poco después de ese concilio, acompañado por Silas. Primero visitaron de nuevo las iglesias del sur de Galacia que Pablo había organizado en su primer viaje, tres de las cuatro se mencionan específicamente: Derbe, Listra e Iconio (ver Hech. 16: 15). Después llevaron el Evangelio a Frigia y Galacia (vers. 6). Los que sostienen la teoría de la Galacia del norte (ver Nota Adicional de Hech. 16), hacen notar que después de esta visita a Derbe, Listra e Iconio, Pablo y Silas pasaron por el lugar que Lucas llama "la provincia de Galacia". Por esto se puede deducir que Lucas hablaba de la región donde se establecieron los galos y no lo que los Romanos llamaban la 930 provincia de Galacia, que incluía otras zonas hacia el sur (ver mapa frente a p. 33). Pablo volvió una vez más a Galacia a comienzos de su tercer viaje misionero, alrededor de los años 53 y 54 d. C.
La Epístola a los Gálatas tuvo que haber sido escrita después de los sucesos registrados en Gál. 2:1-14. Si aquí se hace alusión al concilio de Jerusalén descrito en Hech. 15, la carta debe haber sido escrita después de la terminación del primer viaje, pues ese concilio se celebró entre el primer viaje misionero y el segundo (ver Hech. 15:36-41). Además, de acuerdo con Gál. 4:13, parece que Pablo ya había visitado las iglesias de Galacia dos veces, y si es así, la carta tuvo que haber sido escrita después de que terminara su segundo viaje. Si se acepta la teoría de la Galacia del norte, la carta a los Gálatas fue escrita después del tercer viaje, pues Pablo no había visitado las iglesias del norte de Galacia en su primer viaje. Por lo tanto, el momento cuando escribió la epístola podría ser el invierno (diciembre febrero) del año 57/58 d. C.
Un argumento presentado en favor de Corinto como lugar de donde se escribió la epístola, es el gran parecido entre el tema de esa carta y Romanos, que fue escrita durante la tercera visita de Pablo a Corinto. La justificación por la fe es el tema de ambas epístolas, y ambas tratan ampliamente la diferencia entre "la ley" y el Evangelio.
Pero si se acepta la teoría de la Galacia del sur, es posible fijar la fecha más temprana de 45 d. C. Algunos piensan que pudo haber sido escrita aún antes del concilio de Jerusalén, inmediatamente después del regreso de Pablo a Antioquía al terminar su primer viaje. La razón que se da para esta conclusión es que la epístola no contiene ninguna mención específica del concilio ni de la decisión que allí se tomó. Ante la objeción de que Pablo ya había visitado dos veces las iglesias del sur de Galacia, los que aceptan la teoría de la Galacia del sur argumentan que su regreso a ellas durante el primer viaje debe ser considerado como una segunda visita (ver Hech. 14: 21-23).
El propósito de la carta es evidente por su contenido. Amenazaba la apostasía -Si es que ya no había comenzado, por lo cual la carta era naturalmente una epístola polémica. La apostasía sobrevino debido a la acción de algunos maestros judaizantes, quizá del mismo grupo que causó dificultades en la iglesia de Antioquía de Siria en cuanto a la misma cuestión (Hech. 15: l). La discordia de esos hombres en Antioquía determinó la celebración del concilio de Jerusalén, en donde los judaizantes se opusieron otra vez a Pablo argumentando que los conversos cristianos debían observar las ordenanzas legales judaicas, y exigían la circuncisión de Tito (Gál. 2: 3-4). En esta epístola Pablo no se ocupa mucho de la circuncisión, ni en particular de cualquier otra característica de la ley ceremonial, sino de la falsa enseñanza de que el hombre puede salvarse a sí mismo observando los preceptos de "la ley". Esto es evidente por el hecho de que el apóstol en algunas ocasiones había participado de los ritos (Hech. 18: 18; 21: 20-27). También permitió que Timoteo fuera circuncidado (Hech. 16: 3).
Es indudable que esos falsos maestros habían logrado gran éxito en sus esfuerzos y hasta habían engañado con sus enseñanzas a una cantidad no pequeña de los feligreses de las iglesias de Galacia (ver Gál. 1: 6). No se puede saber con exactitud hasta dónde habían llegado las iglesias engañadas en la práctica del legalismo antes de que recibieran la epístola de Pablo, pero se nota por el tono general de la carta que había un peligro inminente de apostasía general. Esos maestros iban directamente en contra de la decisión del concilio. No sólo repudiaban el Evangelio de Pablo, sino que desalaban su autoridad como apóstol, haciendo mucho énfasis en el hecho de que 931 Pablo no era uno de los doce elegidos y ordenados por Cristo.
Para que los gálatas vieran con claridad el error en el cual habían caído, Pablo reafirmó los grandes principios del Evangelio tal como se los había enseñado. Pero como se acusaba al apóstol de que predicaba un evangelio falso, y eso implicaba la otra afirmación de que él no estaba calificado para enseñar, Pablo se sintió obligado a dar pruebas que demostraran su apostolado. Esto explica la parte autobiográfica de la carta (cap. l: 11 a 2: 14). Su propósito al presentar un relato tan detallado de hechos personales relacionados con el problema, era probar la validez de su Evangelio. También destacó que sus enseñanzas que explicó a los apóstoles en el concilio estaban en armonía con las de los dirigentes que se habían relacionado personalmente con Jesús y habían recibido sus mensajes directamente de él.
4. Tema.
El tema de la Epístola a los Gálatas es la justificación por medio de la fe en Jesucristo, lo cual presenta un contraste con el concepto judaico de la justificación por medio del cumplimiento de las "obras" prescritas en el sistema legal judío. Esta carta ensalza lo que Dios ha hecho mediante Cristo para la salvación del hombre, y rechaza categóricamente la idea de que una persona puede ser justificada por sus propios méritos. Ensalza la dádiva gratuita de Dios, en contraste con los esfuerzos del hombre de salvarse por sí mismo. La pregunta específica en disputa entre Pablo y los maestros de la herejía en Galacia era: el cumplimiento de las ceremonias y requisitos prescritos en el judaísmo, ¿le da derecho a una persona al favor divino y a ser aceptada por Dios? La respuesta fue un rotundo No: "el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo" (ver com. cap. 2: 16). El cristiano que trata de ganar la salvación mediante las "obras de la ley", está renunciando completamente a la gracia de Cristo (cap. 2: 21; 5: 4). Los cristianos, como "hijos de la promesa" (cap. 4: 28), son "herederos" (cap. 3: 6-7, 14, 29). Ya no eran niños inmaduros en la fe para necesitar un "ayo" que los guiara (Gál. 3: 23-26; 4: 1-7), pues se habían convertido en nuevas criaturas en Cristo (cap. 4: 7; 6: 15), "guiados por el Espíritu" (cap. 5: 18), y Cristo vivía por la fe en sus corazones, en donde tenían escrita la ley moral (Gál. 2: 20; Heb. 8: 10). Pero entre tanto que losjudíos se jactaban de una justificación que pretendían adquirir mediante sus propios esfuerzos, observando las leyes de Dios (Rom. 2: 17; 9: 4), los cristianos reconocían -y reconocen- que no tenían nada de qué gloriarse, excepto en el poder salvador de "la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (ver Gál. 6: 14).
"Ley" en la epístola de Gálatas equivale a toda la revelación recibida en el Sinaí, las reglas de Dios para sus hijos: leyes morales, estatutos civiles y ritos ceremoniales; aunque posteriormente los judíos les añadieron por su cuenta un cúmulo de leyes. Pensaban equivocadamente que por sus propios esfuerzos podían obedecer perfectamente esas leyes y que con semejante obediencia podían ganar su salvación. La Epístola a los Gálatas no se ocupa prácticamente de ninguna de esas leyes en particular, sino de la falsa idea de que alguien pueda ganar su propia salvación mediante el cumplimiento riguroso de los diversos requerimientos legales. El dilema es: o la salvación por la fe, o la salvación por las obras; ambas se excluyen entre sí.
Pablo explica que las promesas del, Evangelio fueron confirmadas a Abrahán en el pacto, y que la revelación de la ley de Dios 430 años después no alteró las condiciones de ese pacto (cap. 3:6-9, 14-18). "La ley" no tenía el propósito de reemplazar el pacto o de proporcionar otro medio de salvación, sino de ayudar a los hombres a que entendieran las condiciones del pacto de la gracia divina y se apropiaran de ella. "La ley" no tenía el propósito de ser un fin en sí misma, como suponían los judíos, sino un medio -un "ayo"- para guiar a los hombres a la salvación en Cristo de acuerdo con las promesas del pacto. El propósito de "la ley", su "fin", o meta, es 932 conducir a los hombres a Cristo (ver com. Rom. 10: 4), no abrirles otro sendero de salvación. Sin embargo, la mayoría de los judíos voluntariamente permanecieron en la ignorancia del plan de Dios de justificar a los hombres por la fe en Cristo, y continuaron tratando de establecer su propia justicia "por las obras de la ley" (Gál. 2: 16; ver Rom. 10: 3).
Pablo explica, además, que el pacto con Abrahán hacía provisión para la salvación de los gentiles, pero "la ley" no; y que por tal razón los gentiles debían encontrar la salvación por medio de la fe en la promesa hecha a Abrahán, y no por medio de "la ley" (Gál. 3: 8-9, 14, 27-29). El error y el grave problema que los judaizantes habían introducido en las iglesias de Galacia consistía en tratar de imponer sobre los conversos gentiles formas ceremoniales como la circuncisión y la observancia ritual de "los días, los meses, los tiempos y los años" (cap. 4: 10; 5: 2). Ese problema específico había dejado de existir, pues los cristianos ya no estaban -ni están, por supuesto- en peligro de tener que practicar las leyes rituales del judaísmo (cf. cap. 4: 9; 5: 1). Pero esto no equivale a decir que el libro de Gálatas tiene únicamente interés histórico, y ningún valor espiritual y pedagógico para los cristianos modernos. La inclusión de la epístola en el canon sagrado demuestra su tremendo valor e importancia para nuestros días (cf. Rom. 15: 4; 1 Cor. 10: 11; 2 Tim. 3: 16-17).
Como ya se ha hecho notar (ver p. 931), la palabra "ley" en Gálatas incluye dentro de sus alcances tanto la ley moral como la ceremonial. En realidad la ley ceremonial no habría tenido sentido sin la ley moral (ver com. cap. 2: 16). La ley ceremonial terminó en la cruz debido a su limitación (ver com. Col. 2: 14-17); pero la ley moral -el Decálogo- permanece en plena vigencia (ver com. Mat. 5: 17-18). Existe aún el peligro de aferrarse a la "letra" del Decálogo sin penetrar o comprender su espíritu (Mat. 19: 16-22; ver com. Gál. 5: 17-22), como sucedió en los días de Pablo: el peligro de participar en el sistema de sacrificios sin comprender que sus símbolos señalaban a Cristo. Por lo tanto, si los cristianos modernos aceptan el error -no importa en qué grado sea- de tratar de salvarse por sus esfuerzos guardando el Decálogo, caen de la gracia y quedan "sujetos" al "yugo de esclavitud" (Gál. 5: 1, 4). Para ellos Cristo habrá muerto en vano (cap. 2: 21); se les aplica la advertencia de Gálatas. El cristiano guarda el Decálogo no para ganar la salvación, sino porque ha sido salvo. No hay duda de que sólo una persona que es salva porque Cristo mora en ella, puede guardarlo.
Esta advertencia se aplica también a los que piensan alcanzar un nivel más alto de justicia delante de Dios porque practican minuciosamente reglas humanas sobre normas de vida cristiana, como el vestido y el régimen alimentarlo. Al hacerlo cometen el mismo error que los judíos de los días de Cristo (ver Rom. 14: 17; com. Mar. 7: 1-14). Otros devuelven sus diezmos, asisten a la iglesia y aun observan el sábado porque creen equivocadamente que de esa manera ganan méritos delante de Dios. Es cierto que el cristiano deseará cumplir fielmente con todos esos mandatos divinos, pero lo hará no con la esperanza de congraciarse con Dios, sino porque como hijo de Dios por la fe en la gracia salvadora de Jesucristo, siente supremo gozo y felicidad de vivir en armonía con la voluntad expresada por Dios (ver com. Mat. 7: 21-27; Material Suplementario de EGW de Gál. 3: 24).
La lección que se destaca en Gálatas para la iglesia actual es la misma que en los días de Pablo: que la salvación sólo se puede lograr por medio de una fe sencilla en los méritos de Cristo (cap. 2: 16; 3: 2; 5: l), y que nada de lo que el hombre pueda hacer mejora en lo más mínimo su condición delante de Dios ni incremento sus posibilidades de obtener el perdón y la redención. La ley, ya sea moral o ceremonial, no tiene poder para librar a los hombres de la
condición de pecado en que se 933 encuentran (ver com. Rom. 3: 20; 7: 7). Este es el "Evangelio" de Pablo en contraste con el "evangelio" pervertido de los judaizantes (Gál. 1: 6-12; 2: 2, 5, 7, 14).
La carta concluye con una exhortación para que no abusaran de la libertad que poco antes habían encontrado en el Evangelio, sino para que vivieran una vida santa (cap. 6). El amor cristiano debía inducir a los gálatas a estar en guardia contra un espíritu de santidad fingida y a tratar bondadosamente a los que cayeran en error. La iglesia debía ser conocida por sus buenas obras al fruto del Espíritu, y no debía tratar de sustituir la fe en los méritos salvadores de Cristo con las buenas obras.